Es curioso. Nunca he estado en la ópera ni he tenido nunca el impulso de acudir a un recital y sin embargo creo que puede ser algo que me puede gustar mucho. Quizás es porque tengo más interiorizada de lo que creo la conciencia de clase, no lo sé. Albergo esa sospecha cuando tomo como medida el cine y cuando soy consciente cada vez más del peso que ejerce en mi mirada cinematográfica la obra de Visconti, uno de mis principales faros de la cinefilia. Y pienso todo eso cuando me llevo una gran sorpresa ante The Childhood of a Leader el segundo día en el SEFF, una operística y ampulosa ficción que tal como indica su título elocuente nos conduce al huevo de la serpiente. Pero no al que ya nos trasladó Bergman o Haneke (el caldo de cultivo de lo que sería después el nazismo) o, mejor dicho, sí, pero de otra manera muy muy diferente y asimismo apasionante.
En esta línea, rescato una reflexión de Eva Parrondo Coppel 1 en la que afirma:
Me parece, pues, evidente que el acontecimiento del pasado, el «trauma histórico» que retorna sintomáticamente disfrazado pero con fuerza desde el 11-S, es La Segunda Guerra Mundial. Ni el Holocausto ni la bomba atómica lanzada por los EEUU están integrados en la memoria histórica, y mucho menos en la Historia, precisamente por su propio «exceso» de realidad.
Imaginemos en todo caso que Hitler se corresponda con ese “exceso” de realidad inasumible. Quizás porque albergamos en lo más profundo el temor de que estamos condenados a repetir la historia. Y aunque parece que hayamos salido de estos tiempos convulsos, ¿no recordamos fácilmente el tiempo de posguerra de principios del S. XX cuando las noticias nos hablan de brotes extremistas surgidos en tal país? A partir de ese “exceso”, de ese miedo, en definitiva, es como Brady Corbet concibe su película sirviéndose en este caso de los parámetros del género. Y si hablamos de cine de género, cuál si no es el más idóneo que el cine de terror para construir una mirada violenta que en todo momento sea alusiva pero que mantenga lo latente de lo indecible, ergo, el nacimiento de un nuevo dictador que aterrorice otra vez más a la vieja Europa. ¿Se nos escapa ese pequeño detalle revelador que el próximo caudillo surja justamente en la familia del secretario del presidente de Estados Unidos, quien ha sido destinado junto con su familia a Francia para entrar en las negociaciones de paz tras la Primera Guerra Mundial? ¿Recapitulamos la lista de monstruos que han sido creados desde las cloacas del gobierno estadounidense?
Por eso, en las conversaciones posteriores que mantuve con los amigos de Miradas de Cine (J. D Cáceres Tapia y Sergio Vargas) y Antonio M. Arenas de Revista Magnolia casi que nos resultaba lógico estar hablando del advenimiento del Anticristo. Porque Corbet nos enclaustra prácticamente en una vieja caserona con claras reminisciencias góticas y nos sumerge en una fascinante atmósfera tenebrista que recoge las mejores esencias del gótico más exarcebado y delirante, el italiano. Es una mirada voluptuosa y ambivalente 2 que juega de forma magnánima con los códigos genéricos, igual que estructura la narración a partir de las rabietas del niño, como si esos detalles sin importancia son en realidad decisivas señales de la emergencia de un ser terrorífico. Una majestuosa e imponente música a cargo de un alucinante Scott Walker (atención a la Apertura) nos sitúa en los parajes de una ópera grave y solemne, aunque el fondo argumental se corresponda a enfados de un niño caprichoso, consentido y excesivamente mimado.
No es tanto la victoria de la ficción por encima del tiempo de la Historia, a la manera de Malditos bastardos (Inglourious Basterds, Quentin Tarantino, 2009), sino más bien que la ficción otorga una maniobrabilidad y una libertad que desarraiga el contenido del peso de la Historia y lo hace extemporáneo, lo lleva directamente al territorio del mito y de ahí a la atrevida grandilocuencia de la que la película hace gala. Por eso esa operación lleva una plástica que nos conduce desde las tinieblas con la base pictórica de un Caravaggio, en un primer tramo absolutamente arrebatador, a un espacio de luz, entendido como manifestación del esclarecimiento. Al fin y al cabo estamos ante la génesis, como si el relato fuese una exégesis del mal.
Por eso entiendo que The Childhood of a Leader opera bajo un sistema dual similar al que Visconti utilizaba en Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, 1960), donde declinaba un inicial neorrealismo para acabar en los contornos de una mayúscula tragedia griega. Corbet es mucho más irónico ya que contrasta continente y contenido de forma exacerbada y también más frontal y agresivo. Pero, por un lado, otorga al género una dignidad y una firmeza de la que pocos se atreven a brindarle (quizás un Rob Zombie y poco más) y por otra rasga con fuerza las convenciones del cine histórico y las reconstrucciones de un pasado en clave de ficción. Y hoy en día necesitamos que alguien de vez en cuando nos plante cara y nos zarandee un poco. A mí me ha movido el árbol entero.
Fuente: cinedivergente.com
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